martes, 17 de marzo de 2009

"El olvido de los Reyes Magos" (Matías Stiep)

Un cielo plomo se desangraba en lluvia aquella tarde de Enero cuando se conocieron. Ella, presencia delicada de labios afilados, su rostro pálido disfrazado de inocencia; él, pomponcito de terciopelo, apenas meses en el mundo.

Enceguecida por otro más de sus caprichos, ella se enamoró enseguida del niño que recién abría sus alitas, ese que la esperaba sin saberlo, como ajeno a su destino. Entonces desenvainó sus intenciones y las clavó, muy despacio, en los padres del chiquito. Lo quiero para mí, dijo en un susurro, con una media luna polar engarzada en la boca.

No, ella nunca acepto negativas, pero decidieron enfrentarla. Había un truco capaz de burlar su arrogancia inacabable.

A partir de ahí, ellos desgranaron por todos lados esa agonía que les retorcía el alma, buscando en los demás un conjuro para las infinitas noches sin dormir. Reventaron sus manos contra mil puertas que se cerraron infaliblemente, y el eco de una risita cruel quedaba flotando en el aire. Fueron peregrinos descalzos en la nieve, pero sólo ella los vio pasar, muy divertida con los tropezones, bailando graciosa entre los charcos rojos que pintarrajearon sus caídas. La voz se les hizo jirones, vanos porque no hubo ruego que pudiera con la sordera mientras ella, feliz, tarareaba canciones de cuna.

No. Nadie quiso oírlos y tiritaron de soledad, como flores que se desarman bajo la tormenta. Ni a él, nido del dolor que sentía venir ese perfume dulce y venenoso; ni a sus padres, asfixiados por el abrazo congelado de la indiferencia...

Hasta que ella no quiso esperar más y fue por él. Los padres lloraron por su hijo muerto y por ese órgano que nunca llegó.

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