Aquel tipo demasiado alto, con los ojos que García Márquez describió "tan separados como los de un novillo", aquel tipo que volvió a la Argentina del `83 con guayabera celeste y fumando Gitanes, el tipo que nos hizo buscar a La Maga o estirar el café en el London para saber de una vez si allí empiezan o terminan Los premios, ahora resulta que ese tipo escribía cuentos malos.
- ¿Y por qué vamos a publicar justo ahora algo sobre Cortáar? ¿Por qué, eh? ¿Qué se cumple? - pregunta un editor con lógica de cotillón.
- No, no se cumple nada.
- ¿Ves? Si vos me dijeras: a cinco años de, a seis días de, a dos horas y tres minutos de, todavía. O todavía mejor: a numeros redondos de, a diez años de, en las bodas de plata de.
- No. No se cumple nada redondo.
- Encima vos sabes de sobra que ahora todo el mundo discute a Cortázar.
- (Gesto de asombro, interjección de asombro) ¿Lo qué?
- Que lo discuten, no te hagas el boludo. La generación nueva lo discute.
(Dispuesto a interpretar la realidad, el periodismo imita la imagen del científico: sólo que en este caso lo que se ve no es un "grupo de entomólogos investigando una colonia de insectos", sino "grupo de insectos analizando a un entomólogo".
Primera observación de la colonia de insectos: el concepto "generación nueva" alude, en general, a ya no tan chicos de más de treinta. En Argentina, la Juventud Comunista bordea los cincuenta años, la pintura joven supera los treinta y cinco y la literatura bien, gracias.)
- ¿Y qué dice la generación nueva?
- Que Cortázar era ingenuo, casi o del todo cursi y que, por el otro lado, no escribía para nada bien.
- Ah.
- Dicen que es un escritor para adolescentes. Como Vasconcelos.
A la muerte de Joseph Conrad, Ernest Hemingway escribió en la Ontario Review:"¿Qué se puede escribir sobre él si ya está muerto?. Ahora los críticos se fascinan con Eliot y aseguran que Conrad escribía cuentos malos. Si alguien me dijera que triturando al señor Eliot hasta reducirlo a polvo fino y seco, y espolvoreando con él la tumba de Conrad, éste se levantaría y volvería a escribir, correría ya mismo hacia Londres con una máquina de picar carne". Para Hemingway los libros de Conrad se imponían de un tirón, y eran por eso de difícil relectura; volver a ellos significaba repetir, en vano, un acto de amor perfecto. De todos modos Hemingway siempre llevaba sus libros de Conrad en el equipaje, por motivos casi farmacéuticos; cuando estaba harto de la literatura impostada, releía a Conrad como se toma un vaso de agua fresca.
Para decirlo de otro modo: un grupo de argentinos ya no tan jóvenes cuya mayor transgresión fue fumar marihuana en el baño del Nacional Buenos Aires sostiene que Julio Cortázar escribía malos cuentos. Los ya no tan jóvenes censores son cooltos. A primera, segunda y tercera vista están mucho más cerca de los críticos que de los escritores, aunque siempre especulan con su "carrera", escriben calculadamente bien y no tienen nada que decir.
- ¿Y por qué Cortázar? Dale, decime... ¿Qué se cumple?
- No se cumple nada. Tengo toneladas de correspondencia que encontró Jaime Correas en Mendoza. Usé solo algunas cartas para escribir un cuento en Polaroids, y podríamos publicar el resto.
Frente a una colección de cartas cualquier mediocre se siente Dios: es fascinante observar como se dirigen los hombres hacia su destino, con la tensa seguridad de un acróbata, ignorando el siguiente paso, pero sintiéndose condenados a darlo.
En estas cartas Julio Cortázar vegeta en su escritorio de la Cámara del Libro, al final de los años cuarenta. Le escribe al Oso, a Sergio Sergi, el grabadista que conoció en Mendoza mientras enseñaba literatura:
"No se imagina lo cansado que estoy - le dice en mayo de 1948 - y cómo vivo. ¿Se acuerda de aquel proyecto de convertirme en traductor público? La cosa cuajó espléndidamente, pero tengo que recibirme en julio y eso significa meterme en el coco cinco materias de derecho antes de julio, amén de trabajos prácticos y examen final de idioma. Ahora estudio noche y día, y entre pedazos de estudio me trago mi pedazo de Cámara del Libro. Es horrible, pero en plena temporada musical no voy ni a un solo concierto. No me quedo jamás en el centro. Cuelgo el tubo apenas oigo un "Hola" en tono femenino menor. Tomo tónicos mentales, vitaminas, cerveza malteada. No leo novelas policiales. No escribo una línea. (...) Pero si me recibo antes de julio, dentro de un año seré mi propio patrón y tal vez entonces la vida adquiera un sentido menos repugnante que hasta ahora. En cuanto a la docencia, no quiero ni siquiera oír hablar de ella. El mes pasado rechacé una oferta para ir a Estados Unidos a enseñar literatura española. Eran cinco mil dólares anuales. Si me lo hubieran propuesto en enero o febrero, hubiese ido y ahora ya estaría bajo las miradas del presidente Truman. Pero ya no me convienen, prefiero atenerme a mi plan de acción.
Aquí van los cuentos que le devuelvo a Gladys. Pídale perdón por mi demora que me cubre de vergüenza. Ojalá pronto pueda hacerle llegar las historias en un buen volumen, pronto empezarán las tareas concernientes a la impresión, y tal vez en julio aparezcan".
Cortázar llevaba, en una valija prestada del Oso Sergi, los originales de Bestiario, que recién aparecería en 1951, editado por Sudamericana. Gladys, la mujer de Sergi, pasó aquellos cuentos a máquina en su casa de Mendoza. La familia aún conserva el manuscrito original del libro.
Nadie sabe en este país sin biografías si Cortázar cargó aquellos cuentos desde Chivilcoy, donde fue maestro normal. Las historias de Bestiario llegaron con su autor a Mendoza, donde fueron corregidas y donde el olvido le tendió una trampa. El propio Cortázar le dijo a Borges en París, años después, que "Casa tomada" fue su primer cuento publicado. Borges lo repite en un prólogo, en el que se presenta como el primer editor de Cortázar: "Casa tomada" se publicó en la revista Anales de Buenos Aires, con ilustraciones de su hermana Norah. Pero no fue así: la primera publicación de Cortázar fue en la revista Egloga, de Mendoza, dirigida por Américo Cali. En enero de 1945 se presentó "Estación de la mano". En Egloga se publicó también su primera entrevista: la firma al pie del cuento decía Julio A. Cortázar y no Julio Florencio Cortázar, como firmaba en aquellos años y como firmó su sofisticado ensayo sobre "La urna griega en la poesía de John Keats", publicado por la Universidad Nacional de Cuyo.
"Me alegro de que le haya gustado otra vez el cuento - le escribe a Sergi, refiriéndose a la publicación en Anales de "Casa tomada" - ¿Tan malos son los dibujos de Norah Borges? Me gusta el de los hermanos; el otro - la casa - no es lo que puse yo en el cuento. La casa es muy distinta, pero la imagen de los hermanos bajo la lámpara me parece bien".
La historia de aquellos años fue una constante despedida: salió de Mendoza bajo las presiones del gobierno peronista a la Universidad, y también dejó Buenos Aires camino a París.
"De lo que está ocurriendo en la Universidad - escribió al Oso en junio de 1946 - prefiero no decir nada pues conozco a medias la situación, y los informes de los diarios no son muy ilustrativos. Veo que la purga es y ha sido mayúscula, pero su alcance y su significado no me parecen enteramente claros. Más que nunca me alegro de haber rajado de ahí justo a tiempo, pues no creo que hubiera tolerado algunas cosas. Por ejemplo: me parece bien que hayan expedido a Villaverde y Blanco González, pero no me parece nada bien que los reemplacen con jóvenes tomistas. Admito la higiene, y creo que esos dos señores eran unos tartufos de la docencia, pero si se los fleta para reemplazarlos por caballeros ungidos por el Papa... ahí empieza mi oposición. Prefiero, cobardemente pero con una gran paz de espíritu, estar a 1140 kilometros del lugar donde ocurren tales cosas. (...) Aquí estuvo Vigo haciendo una exposición en Amauta. Fui a la inauguración ¡y encontré a toda la "inteligencia" de izquierda, claro! Mirando los grabados de Vigo se descubre dolorosamente que un artista no da todo de sí si no agrega la ciencia a la intuición pura. A veces una torpeza de dibujo malogra algo que podría ser magnífico. Pero cuando se dedica más tiempo a leer la biografía del padrecito Stalin que a mirar grabados de Durero, las consecuencias saltan a la vista."
- Sé cuando un cuento me gusta, porque tengo la necesidad de conocer al que lo escribió - decía J.D. Salinger en El cazador oculto.
Enumerar desenumerar
citar en desorden los motivos que me hicieron querer a Cortázar
en desorden, como en una carta:
· porque La Maga existe (¿cómo no evitar, si no, la compulsión a buscarla?)
· porque mi recuerdo dice que leí Rayuela de punta a punta en una tarde, sentado en un umbral de Sarandí, y cualquiera sabe que es imposible leer Rayuela en una sola tarde, aunque podría jurar que aquella fue solamente una extensa y soleada tarde leyendo ese libro que me habían prestado.
· porque en diciembre de 1983 Julio Cortázar, parado en la puerta de su departamento de Villa del Parque, giró la cabeza hacia la cocina para preguntar: "Mamita, ¿el señor puede pasar al living?Viene a hacerme una nota". "Sí, Julio, cómo no, que pase, que pase", le respondió la anciana de noventa y pico al larguísimo y azulado señor de 69. El otro, el comedido "señor" que esperaba en el pasillo era yo mismo a los 23 años, olvidándome todas las preguntas de aquel primer reportaje que iba a ser el último.
· por "Casa tomada", y porque creo a ciegas en la científica posibilidad de que me salgan conejitos por la boca; porque deben evitarse los velorios y porque cualquier idiota sabe que regalarle un reloj a una persona no es sólo eso sino todo lo contrario: es regalarle una persona al reloj, regalarle al reloj un cautivo del tiempo.
· también por aquellas palabras de W.H. Auden en "Retrato de un gran hombre":
"A veces escribía cartas extensas y memorables.
Pero no aguardaba ninguna."
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