La Doncella Bienaventurada se inclinó
sobre la baranda de oro del Cielo;
sus ojos eran más profundos que la hondura
de aguas aquietadas al atardecer;
tenía tres lirios en la mano,
y las estrellas de su pelo eran siete.
A su vestido, suelto desde el broche del dobladillo,
no lo adornaba ninguna flor,
excepto una rosa blanca, regalo de María,
llevada convenientemente para el oficio
su cabello, que caía a lo largo de su espalda
era amarillo como el trigo maduro.
A ella le parecía haber pasado apenas un día
de que era una de las coristas de Dios;
todavía no se había ido del todo el asombro
de su tranquila mirada,
para aquellos a quienes ella había dejado, su día
había sido contado como diez años.
(Para uno, son diez años de años.
...Y sin embargo, en este mismo lugar,
ella se inclinó una vez sobre mí, - sus cabellos
caían sobre mi rostro...
Nada: la caída otoñal de las hojas.
El año entero pasa veloz.)
Sobre la muralla de la casa de Dios
ella estaba de pie;
edificada por Dios sobre la profundidad vertical
donde empieza el Espacio;
tan alta, que mirando desde allí hacia abajo
ella apenas podía ver el sol.
[La casa] está en el Cielo, más allá del torrente
de éter, como un puente.
Abajo, las mareas del día y de la noche
con llamas y oscuridad forman
el vacío, que llega hasta el fondo donde este mundo
gira como un mosquito irritado.
A su alrededor, amantes reencontrados
entre las aclamaciones inmortales del amor,
pronunciaban entre sí,
sus nombres recordados en el corazón;
y las almas, que iban subiendo hacia Dios
pasaban a su lado como delgadas llamas.
Pero ella seguía inclinándose, y observando
hacia abajo desde aquel balcón;
hasta que su pecho debió
entibiar el metal de la baranda,
y los lirios quedaron como dormidos
a lo largo de su brazo doblado.
Desde ese lugar fijo en el Cielo ella vio
que el tiempo se agitaba como un pulso intenso
a traves de todos los mundos. Su mirada se esforzaba,
por alcanzar a través de ese gran abismo
su camino; y luego ella habló una vez como
cuando las estrellas cantaron en sus esferas.
El sol se había ido ahora; la rizada luna
era como una pequeña pluma
revoloteando en el abismo; y ahora
ella habló a través del aire inquieto.
Su voz era como la voz que tenían las estrellas
cuando cantaron juntas.
(¡Ah, cuán dulce! Incluso ahora, en esa canción de pajaro,
¿no intentaban acaso sus palabras,
alcanzar la lejanía? Cuando esas campanillas
poseyeron el aire del mediodía,
¿no intentaron acaso sus pasos llegar a mi lado
bajando aquella resonante escalera?)
´Deseo que él venga a mí,
porque él vendrá`, dijo ella.
´¿Acaso no he rezado al Cielo?-en la tierra,
Señor, Señor, ¿acaso él no ha rezado?
¿No son dos ruegos una perfecta fuerza?
¿Y debo sentir miedo?`
´Cuando la aureola rodee su cabeza,
y él esté vestido de blanco,
yo lo tomaré de la mano y lo llevaré
a los hondos pozos de luz;
y bajaremos hasta la corriente,
y nos bañaremos a la vista de Dios`
´Estaremos de pie al lado de ese santuario,
oculto, alejado, no hollado,
cuyas lámparas están agitadas continuamente
con las plegarias que suben hacia Dios;
y veremos nuestras viejas plegarias cumplirse y disolverse
como si fuesen nubecitas.
Y dormiremos a la sombra
de ese mítico árbol viviente
en cuyo secreto ramaje
se siente que a veces está la Paloma,
y cada hoja que tocan Sus plumas
dice audiblemente Su nombre.`
´Y yo misma le enseñaré,
yo misma, yaciendo así,
las canciones que canto aquí, en las que su voz
se detendrá en murmullos, lentamente;
y él encontrará sabiduría en cada pausa,
y algo nuevo para aprender.`
´(¡Ay! ¡Nosotros dos, nosotros dos, dices tú!
Si tú eras una conmigo
en el pasado. ¿Pero acaso elevará Dios
hacia la unidad eterna
al alma cuya similitud con la tuya
consistía en su amor hacia tí?)`
Los dos, dijo ella, buscaremos el bosquecillo
donde está María,
con sus cinco doncellas, cuyos nombres
son cinco dulces sinfonías,
Cecilia, Gertrudis, Magdalena,
Margarita y Rosalía.
En círculo sentadas, con sus rizados cabellos
y sus frentes adornados con guirnaldas;
en fina tela, blanca como la llama,
bordando el hilo dorado
para hacer el traje natal de aquellos
que acaban de nacer, porque han muerto.
´Él temerá, feliz, y quedará callado:
Entonces yo apoyaré mi mejilla
en la suya, y diré acerca de nuestro amor,
sin verguenza y sin temor:
Y la querida Madre aprobará
mi orgullo y me dejará hablar.`
´Ella nos llevará, la mano en la mano,
hasta Aquel junto a Quien todas las almas
se arrodillan, la fila de cabezas sinnúmero
agachadas con sus aureolas:
Y los angeles al encontrarse con nosotros, tocarán
sus cítaras y cíitolas.`
´Allí yo le pediré a Cristo, el Señor
sólo esto para él y para mí: -
Vivir como una vez vivimos en la tierra
con amor, - nada más estar
como una vez estuvimos por un tiempo, ahora por siempre
juntos, él y yo.´
Ella miró, y escuchó, y dijo,
su voz más apacible que triste,
´Todo esto sucederá cuando el venga`. Ella calló.
Y la luz la iluminó, lleno
estaba el aire de ángeles en fuerte y parejo vuelo.
Sus ojos rezaron, y ella sonrió.
(Yo vi su sonrisa.) Pero pronto su camino
fue vago en distantes esferas:
Y luego ella apoyó sus brazos
sobre aquella baranda de oro,
y dejó caer su rostro entre las manos,
y lloró. (Yo oí sus lágrimas.)
viernes, 23 de enero de 2009
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