miércoles, 26 de septiembre de 2007

Capítulo XXIV de "El Principito" (Antoine de Saint- Exupèry)

Estábamos en el octavo día de mi panne en el desierto y había escuchado la historia del mercader bebiendo la última gota de mi provisión de agua.
- ¡Ah! - dije al principito - Tus recuerdos son bien lindos, pero todavía no he reparado mi avión, ya no tengo nada para beber y yo también sería feliz si pudiera caminar muy suavemente hacia una fuente.
- Mi amigo el zorro... - me dijo.
- Mi pequeño hombrecito, ¡ya no se trata más del zorro!
- ¿Por qué?
- Porque nos vamos a morir de sed...
No comprendió mi razonamiento y respondió:
- Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro...
"No mide el peligro - me dije - Jamás tiene hambre ni sed. Un poco de sol le basta..."
Me miró y dijo como respondiendo a mis pensamientos:
- Tengo sed también... Busquemos un pozo...
Tuve un gesto de cansancio: es absurdo buscar un pozo, al azar, en la inmensidad del desierto. Sin embargo, nos pusimos en marcha.

Cuando hubimos caminado horas en silencio, cayó la noche y las estrellas comenzaron a brillar. Las veía como en sueños, con un poco de fiebre, a causa de mi sed. Las palabras del principito danzaban por mi memoria:
- ¿También tú tienes sed? - le pregunté.
Pero no respondió a mi pregunta. Me dijo simplemente:
- El agua puede también ser buena para el corazón...
No comprendí su respuesta, pero me callé... Sabía bien que no había que interrogarlo.
Estaba fatigado. Se sentó. Me senté cerca de él. Y, después de un silencio, dijo aún:
- Las estrellas son bellas, por una flor que no se ve...
Respondí "seguramente" y, sin hablar, miré los pliegues de la arena bajo la luna.
- El desierto es bello - agregó.
Es verdad. Siempre he amado el desierto. Puede uno sentarse sobre un médano de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en el silencio...
-Lo que embellece al desierto - dijo el principito -, es que escode un pozo en cualquier parte...
Me sorprendí al comprender de pronto el misterioso resplandor de la arena. Cuando era muchachito vivía yo en una casa muy antigua y la leyenda contaba que allí había un tesoro escondido. Sin duda, nadie supo descubrirlo y quizá nadie lo busco. Pero encantaba toda la casa. Mi casa guardaba un secreto en el fondo de su corazón...
- Sí - dije al principito -; ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que los embellece es invisible.
- Me gusta que estés de acuerdo con mi zorro - dijo.

Como el principito se durmiera, lo tomé en mis brazos y volví a ponerme en camino. Estaba emocionado. Me parecía cargar un frágil tesoro. Me parecía también que no había nada más frágil sobre la Tierra. A la luz de la luna, miré su frente pálida, sus ojos cerrados, sus mechones de cabellos que temblaban al viento, y me dije: "Lo que veo, aquí , es sólo una corteza. Lo más importante es invisible..."
Como sus labios entreabiertos esbozaran una sonrisa, me dije aún: "Lo que me emociona tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aún cuando duerme". Y lo sentí más frágil todavía . Es necesario proteger a las lámparas: un golpe de viento puede apagarlas...

Caminando así, descubrí el pozo al nacer el día.

No hay comentarios.: